¡Sembrar es más que plantar!


“SEMBRAR ES MÁS QUE PLANTAR”


El tiempo, 
la medimos y la nombramos,
 para no sentirnos solos en su eternidad.



¿Actuamos según la información de nuestra genética? 
¿Actuamos conforme la evolución de nuestra mente? 
O ¿Actuamos guiados por la búsqueda de la trascendencia de nuestra alma? 
Pero, la vida cotidiana puede ser un arte o en desastre, depende de la percepción y el crecimiento de la mente.


Una actividad normal, sin mayor importancia, transformada en un proceso científico y natural, solo, cuando se observa y se cuestiona, el acto de sembrar maíz, en una Aldea común del municipio de Totonicapán. 


Se busca la perfección del círculo del tiempo.
 Pero, 
siempre sucede algo que pretende romper la línea.


PRIMER ACTO

Los primeros días del años, el campo seco, escenario de los fríos que acompaña los días , para aquellos que sueñan con tener más cosas, para medir su éxito, al finalizar el nuevo año. Mientras que el hombre de campo se levanta, a las cinco de la mañana, para preparar su herramienta, un buen azadón, limpio y afilado, más un pequeño metal que funcionara como raspador, por si la tierra se enamora de le metal. El hombre de campo, no tendrá una aspiración, lo único que sabe que debe cumplir una meta de trabajo, medido a través de la cantidad de metros de logrados, para llegar satisfecho, por la faena cumplida.

A las 6 de la mañana, con  2 grados de temperatura, una mañana nublada, el frío es fuerte, invita a regresar a la casa, pero, el hombre de campo, debe iniciar su jornada, porque sabe que cada minuto perdido, es un tiempo que prolonga la jornada. Ante el frío terrible, la regla, usa el azadón con toda tu fuerza, para permitir al cuerpo entrar en calor, porque el hombre domina la temperatura del ambiente, y no la temperatura del ambiente controla al hombre.


El adiós de la cañas de maíz, secas y moribundas, necesitan ser enterradas, bajo la tierra, para agradecer, su loable esfuerzo, por cargar las semillas del maíz, alimentos de los Mayas K’iche's y para la perpetuidad de especie, porque no deben seguir sufriendo bajo las inclemencias del tiempo, desdichado el hombre que quema la caña, porque no la regresa a la tierra, lo envía a los confines del viento, donde nunca volverán, haciendo falta, cuando la tierra necesite alimentarse, para nutrir a las nuevas semillas plantadas.


El hombre de campo, juntas las cañas secas, para que puedan juntar sus brazos, hacia la tierra de los inmortales, donde vivirán eternamente los hombres y las especies que ofrecieron frutos en esta vida. Removidas de sus raíces, abrazadas, las cañas reciben los primeros puños de tierra, para dejar de respirar lentamente, esperando el último adiós del sol, el astro que las nutrió, durante su jornada, decorando los campos y alimentado a los hombres. El adiós final llega, cuando estén cubiertos con la tierra, sin un rastro de ellas, formando surcos de tierra, como la misma forma que entierran a los hombres. Un campo de surcos de tierra, exclaman el destino y la satisfacción del hombre, por haber cumplido la meta establecida.

No es una acción, es un sentimiento de agradecimiento.

SEGUNDO ACTO

90 días precisos, desde el adiós de los padres, llega el momento de plantar a los hijos, para que puedan perpetuar las semillas, donde se guardan las historias y energías de los creadores. De todas las semillas recolectas, solo algunas irán a los campos, mientras las que se queden, cumplirán la función de alimentar la soledad de los hombres.

El día de la siembra, a las 6 de la mañana, se levanta la familia, para desgranar la mazorca que contiene las semillas de maíz, se hace con reverencia y con él agua, se observa y se selecciona, las más bellas y finas semillas, porque lo que empieza bien, termina bien, aunque pueden haber excepciones en la naturaleza, aquellos misterios, donde suceden los imposibles.

Las semillas puestas en los costales, se prepara un pequeño morral de tela, se sujeta en la cintura del hombre de campo, un cantidad de semillas y se empieza la jornada, en el mismo lugar donde fueron enterrados los padres, para sembrar a los hijos, para recordarnos que volveremos donde nuestros padres, han terminado.

6 semillas del mismo color, plantadas en una pequeña zanja, conforme la medida del azadón, se dejan caer las semillas, a una profundidad de 20 centímetros, separar unas de otras, enterradas con la misma tierra, donde fluye el conocimiento de los padres, necesarios para sobrevivir, en las inconsistencias del tiempo. Cada grupo se semillas, se plantan a 90 centímetros una de cada uno, hasta llegar al final de cada surco.

El hombre de siembra, sabe que debe tener las manos limpias, en la jornada de la siembra, para evitar contaminar a las semillas, con materia que sirve de alimento de los gusanos que buscan devorar a las indefensas semillas.


La misma tierra que nos da vida, es la misma tierra que entierra nuestra vida.




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